¿Cuál era la guardia en la tumba de Jesús?

Cuando Jesús fue sepultado, los principales sacerdotes y fariseos fueron ante el gobernador de Judea, Poncio Pilato, para solicitar que una guardia fuese puesta en la tumba de Jesús, para así evitar que los discípulos intentaran robar el cuerpo de Jesús y proclamar su resurrección. La Biblia dice:

“Y Pilato les dijo: Ahí tenéis una guardia; id, aseguradlo como sabéis. Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia.” Mateo 27:65-66
 
¿Cuál era la guardia que pusieron en la tumba de Jesús? Pues bien, la gran mayoría de los historiadores concuerdan que esta guardia eran cuatro soldados romanos en la tumba de Jesús (“Evidencia que exige un veredicto”, Josh McDowell). Esta guardia romana fue autorizada y responsabilizada por Poncio Pilato (Mateo 28:11-14). 


La guardia en la tumba es una fuerte evidencia de que los discípulos no pudieron robar el cuerpo de Jesús. Primero, porque estos soldados eran profesionales, equipados para la guerra y con la instrucción del ejército más poderoso que ha existido, el Imperio Romano, el cual arrasó con todo el mundo conocido de entonces. Los discípulos no los enfrentarían, puesto que estaban escondidos por temor de los judíos (Juan 20:19), incluso uno de ellos se atemorizó con una criada (Marcos 14:66-68), mientras que estos soldados eran brutales, que a sangre fría echaban suertes para quitarle la ropa a un hombre agonizando (Mateo 27:35) y, sin duda, no tendrían piedad frente a cualquiera que se acercase a la tumba.

Segundo, los discípulos nunca hubieran encontrado cansados o fatigados a los soldados en guardia como para derrotarlos en combate, puesto que cada guardia se cambiaba cada cuatro horas, a lo cual llegaban otros cuatro nuevos soldados con más energía para relevarlos (“No dejes tu cerebro en la puerta”, Josh McDowell).

Y tercero, los discípulos nunca hubieran encontrado a un soldado en guardia durmiendo, puesto que el castigo romano por quedarse dormido en hora de servicio era la muerte. Una de las manera de ejecutarse era “quitarle la ropa, encender un fuego con la misma llama y luego quemarlo vivo. Si no se sabía cuál soldado no había cumplido con su deber, entonces se echaba suerte para determinar cuál iba a pagar por el fallo de toda la guardia” (“Más que un carpintero”, Josh McDowell). De manera que el temor al castigo producía que los soldados estuvieran muy despiertos, especialmente a la guardia en la noche. No hay otra explicación: ¡Jesús resucitó!